Las altas temperaturas no sólo traen aparejadas la deshidratación y el cansancio.
El malestar anímico y la angustia son otros de sus efectos. Un especialista explicó la causa.
Los fenómenos climáticos extremos tales como el aumento continuado de la temperatura influyen de manera general a todas las personas y nos remiten a contactarnos con nuestras limitaciones como seres vivos.
Recordemos que la vida y sobre todo la vida humana sólo es posible en las condiciones ambientales y de temperatura sumamente acotadas que se dan específicamente en nuestro planeta y en ningún otro lugar hasta ahora conocido.
Cuando nos exponemos a la alta temperatura quienes no estamos acostumbrados, además de los efectos físicos y biológicos que ya todos conocemos tales como deshidratación, falta de fuerza, pesadez, agobio, etcétera, entran también en juego mecanismos psicológicos.
Desde las estructuras más antiguas de nuestro psiquismo el calor extremo es vivido como una situación de alarma y una amenaza a nuestra integridad, algo semejante en menor grado a la asfixia; casualmente ese sentimiento de alarma es ni más ni menos lo que en la Psicología se denomina como angustia.
Algunos seres vivos, como los reptiles, no poseen la cualidad de regular su propia temperatura. Se denominan poiquilotermos, ya que deben pasar el día buscando lugares más calidos o más frescos con el peligro de perder su equilibrio vital.
En cambio, los mamíferos, entre ellos el hombre, poseen la cualidad de regular la temperatura de manera automática. Somos homeotermos, la regulamos por un interjuego de factores ligados a la propia fisiología tales como la frecuencia cardiaca y la dilatación o constricción de los vasos periféricos, entre otros.
Los cambios bruscos de temperatura se registran entonces en el hombre como situaciones de alarma (tal vez en alguna época de su evolución puedan haber sido situaciones ciertamente graves), a la vez generadoras de angustia.
Esta angustia frente a los cambiosclimáticos bruscos producirá a la vez la puesta en marcha de los mecanismos de defensas más regresivos, tales como sensaciones de incomodidad, de aversión, aumento de los aspectos agresivos y del estado de alerta.
Este último incidirá, a la vez, de manera directa en la posibilidad de descansar adecuadamente.
Se suma además la respuesta a la angustia propia de cada individuo teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, uno hace lo que puede con su angustia, o al menos hace lo que en otras oportunidades le resultó efectivo.
Algunos hasta llegarán a vivir con agrado el calor o los cambios extremos de temperatura al estar asociados con situaciones anteriores placenteras. Siempre esta el que dice: “¡A mí el calor es lo que más me gusta!”
El calor extremo produce alteraciones directas en la capacidad de descanso por factores físicos y biológicos, al actuar sobre los mecanismos metabólicos.
Influye de manera directa sobre la función enzimática, haciendo más lentos algunos procesos tales como la digestión y acelerando otros como la transpiración.
El aumento de la transpiración se da de narices con el buen descanso, ya que hace necesaria la hidratación, que requerirá de la ingesta de líquidos a cada rato interrumpiendo el sueño.
Se suman a estos aspectos biológicos los psicológicos ligados a la angustia que mencionamos, siendo ésta uno de los peores enemigos del sueño.
La preparación de las personas frente a los cambios bruscos del tiempo, si bien es propia para cada individuo, está ligada a aspectos culturales del clima regional.
El calor en las provincias del norte de la República Argentina que poseen características subtropicales es vivido con menos angustia y con costumbres que muestran un acercamiento “inteligente” al fenómeno climático.
Un ejemplo claro es el ligado a los horarios laborales, bancarios y de actividad económica.
En estas provincias se adecuan a los horarios más frescos las actividades comercial y financiera, las cuales comienzan a muy temprana hora de la mañana, terminan antes del mediodía y continúan a última hora de la tarde.
Esta adecuación expone menos a las personas al tedio de las altas temperaturas, conservando a la vez un estado de ánimo más jovial y menos ligado a la alarma.
En nuestra capital y la provincia de Buenos Aires, en cambio, los tan alabados cuatro climas exponen a los porteños y bonaerenses a una especie de “inocencia climática” desde la cual todo nos toma por sorpresa.
Año a año, son inevitables nuestros comentarios: “¡Qué calor!”, “¡Parece mentira!” La cultura climática porteña consiste en un sentimiento azorado de estar frente a un hecho insólito e inesperado… que haga calor.
Desde este lugar pensamos el clima, desde una concepción cultural en la que todo lo que climáticamente pasa nos toma por sorpresa dejándonos sin defensa alguna frente a un hecho siempre inesperado: el calor.
El calor nos toma por sorpresa y sin preparativo alguno. Nos exigimos seguir con nuestras actividades como si nada hubiera ocurrido. Desde una perspectiva psicológica, podemos pensar que lo negamos.
Si intentamos entonces desde esta posición seguir adelante con la vida como si nada, nuestra omnipotencia se echara por tierra y caeremos en la mencionada angustia.
No podemos exigirnos ni exigirle a los demás las mismas tareas y obligaciones que en otras condiciones, no podemos vestirnos como en otras condiciones climáticas.
Frente al calor es necesaria la comprensión de cada uno y de los demás en términos de lo que se exige y de lo que se necesita.
Necesitamos de mayores cuidados, tomar con conciencia la importancia de hidratarnos, y ordenar nuestras actividades en lo posible en los horarios más benignos del día.
También pensar a conciencia nuestros momentos de esparcimiento, sabiendo que aquellas salidas que en invierno o primavera pueden ser placenteras, en verano pueden ser un verdadero infierno.
Además, hay que tener muy en cuenta que el calor existe también para aquellas personas que están a nuestro cargo, como los ancianos, los niños, y que estos necesitan especiales cuidados en su indumentaria, su hidratación y sus actividades, sin exponerlos innecesariamente al transporte público o a situaciones innecesarias de espera.
Postergar en lo posible los viajes y movimientos que no sean estrictamente necesarios, sobre todo en el ámbito de la ciudad.
Estar atentos a nuestra alimentación, no caer en excesos siendo que el calor endentece el proceso digestivo. Si hace calor, el alcohol en algún momento podrá atenuar la angustia, pero se desaconseja de plano su ingesta.
No es momento para el asado, las grasas y las comilonas; sí lo es para las frutas, los vegetas y, sobre todo, para el agua.
Pero, como siempre, en las cuestiones de salud la mejor solución es la prevención, es decir, sepamos que en el centro y norte de nuestra querida Argentina durante el verano siempre hubo y hay períodos de intenso calor.
Basados en su ejemplo, adecuemos nuestra existencia a esa realidad, tengamos al calor en cuenta y permitámonos vivir en él sin “inocencia climática”. Fuente: Saludable
El malestar anímico y la angustia son otros de sus efectos. Un especialista explicó la causa.
Los fenómenos climáticos extremos tales como el aumento continuado de la temperatura influyen de manera general a todas las personas y nos remiten a contactarnos con nuestras limitaciones como seres vivos.
Recordemos que la vida y sobre todo la vida humana sólo es posible en las condiciones ambientales y de temperatura sumamente acotadas que se dan específicamente en nuestro planeta y en ningún otro lugar hasta ahora conocido.
Cuando nos exponemos a la alta temperatura quienes no estamos acostumbrados, además de los efectos físicos y biológicos que ya todos conocemos tales como deshidratación, falta de fuerza, pesadez, agobio, etcétera, entran también en juego mecanismos psicológicos.
Desde las estructuras más antiguas de nuestro psiquismo el calor extremo es vivido como una situación de alarma y una amenaza a nuestra integridad, algo semejante en menor grado a la asfixia; casualmente ese sentimiento de alarma es ni más ni menos lo que en la Psicología se denomina como angustia.
Algunos seres vivos, como los reptiles, no poseen la cualidad de regular su propia temperatura. Se denominan poiquilotermos, ya que deben pasar el día buscando lugares más calidos o más frescos con el peligro de perder su equilibrio vital.
En cambio, los mamíferos, entre ellos el hombre, poseen la cualidad de regular la temperatura de manera automática. Somos homeotermos, la regulamos por un interjuego de factores ligados a la propia fisiología tales como la frecuencia cardiaca y la dilatación o constricción de los vasos periféricos, entre otros.
Los cambios bruscos de temperatura se registran entonces en el hombre como situaciones de alarma (tal vez en alguna época de su evolución puedan haber sido situaciones ciertamente graves), a la vez generadoras de angustia.
Esta angustia frente a los cambiosclimáticos bruscos producirá a la vez la puesta en marcha de los mecanismos de defensas más regresivos, tales como sensaciones de incomodidad, de aversión, aumento de los aspectos agresivos y del estado de alerta.
Este último incidirá, a la vez, de manera directa en la posibilidad de descansar adecuadamente.
Se suma además la respuesta a la angustia propia de cada individuo teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, uno hace lo que puede con su angustia, o al menos hace lo que en otras oportunidades le resultó efectivo.
Algunos hasta llegarán a vivir con agrado el calor o los cambios extremos de temperatura al estar asociados con situaciones anteriores placenteras. Siempre esta el que dice: “¡A mí el calor es lo que más me gusta!”
El calor extremo produce alteraciones directas en la capacidad de descanso por factores físicos y biológicos, al actuar sobre los mecanismos metabólicos.
Influye de manera directa sobre la función enzimática, haciendo más lentos algunos procesos tales como la digestión y acelerando otros como la transpiración.
El aumento de la transpiración se da de narices con el buen descanso, ya que hace necesaria la hidratación, que requerirá de la ingesta de líquidos a cada rato interrumpiendo el sueño.
Se suman a estos aspectos biológicos los psicológicos ligados a la angustia que mencionamos, siendo ésta uno de los peores enemigos del sueño.
La preparación de las personas frente a los cambios bruscos del tiempo, si bien es propia para cada individuo, está ligada a aspectos culturales del clima regional.
El calor en las provincias del norte de la República Argentina que poseen características subtropicales es vivido con menos angustia y con costumbres que muestran un acercamiento “inteligente” al fenómeno climático.
Un ejemplo claro es el ligado a los horarios laborales, bancarios y de actividad económica.
En estas provincias se adecuan a los horarios más frescos las actividades comercial y financiera, las cuales comienzan a muy temprana hora de la mañana, terminan antes del mediodía y continúan a última hora de la tarde.
Esta adecuación expone menos a las personas al tedio de las altas temperaturas, conservando a la vez un estado de ánimo más jovial y menos ligado a la alarma.
En nuestra capital y la provincia de Buenos Aires, en cambio, los tan alabados cuatro climas exponen a los porteños y bonaerenses a una especie de “inocencia climática” desde la cual todo nos toma por sorpresa.
Año a año, son inevitables nuestros comentarios: “¡Qué calor!”, “¡Parece mentira!” La cultura climática porteña consiste en un sentimiento azorado de estar frente a un hecho insólito e inesperado… que haga calor.
Desde este lugar pensamos el clima, desde una concepción cultural en la que todo lo que climáticamente pasa nos toma por sorpresa dejándonos sin defensa alguna frente a un hecho siempre inesperado: el calor.
El calor nos toma por sorpresa y sin preparativo alguno. Nos exigimos seguir con nuestras actividades como si nada hubiera ocurrido. Desde una perspectiva psicológica, podemos pensar que lo negamos.
Si intentamos entonces desde esta posición seguir adelante con la vida como si nada, nuestra omnipotencia se echara por tierra y caeremos en la mencionada angustia.
No podemos exigirnos ni exigirle a los demás las mismas tareas y obligaciones que en otras condiciones, no podemos vestirnos como en otras condiciones climáticas.
Frente al calor es necesaria la comprensión de cada uno y de los demás en términos de lo que se exige y de lo que se necesita.
Necesitamos de mayores cuidados, tomar con conciencia la importancia de hidratarnos, y ordenar nuestras actividades en lo posible en los horarios más benignos del día.
También pensar a conciencia nuestros momentos de esparcimiento, sabiendo que aquellas salidas que en invierno o primavera pueden ser placenteras, en verano pueden ser un verdadero infierno.
Además, hay que tener muy en cuenta que el calor existe también para aquellas personas que están a nuestro cargo, como los ancianos, los niños, y que estos necesitan especiales cuidados en su indumentaria, su hidratación y sus actividades, sin exponerlos innecesariamente al transporte público o a situaciones innecesarias de espera.
Postergar en lo posible los viajes y movimientos que no sean estrictamente necesarios, sobre todo en el ámbito de la ciudad.
Estar atentos a nuestra alimentación, no caer en excesos siendo que el calor endentece el proceso digestivo. Si hace calor, el alcohol en algún momento podrá atenuar la angustia, pero se desaconseja de plano su ingesta.
No es momento para el asado, las grasas y las comilonas; sí lo es para las frutas, los vegetas y, sobre todo, para el agua.
Pero, como siempre, en las cuestiones de salud la mejor solución es la prevención, es decir, sepamos que en el centro y norte de nuestra querida Argentina durante el verano siempre hubo y hay períodos de intenso calor.
Basados en su ejemplo, adecuemos nuestra existencia a esa realidad, tengamos al calor en cuenta y permitámonos vivir en él sin “inocencia climática”. Fuente: Saludable
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