Por: Jorge Ramos
Jorge Ramos es un periodista mexicano, ganador del Trofeo Emmy, director senior de noticias de Univision Network y autor de nueve libros de gran venta, siendo el más reciente: A Country for All: An Immigrant Manifesto
Nada es secreto.
El torrente reciente de documentos confidenciales de la política exterior estadounidense revelados en el sitio WikiLeaks confirma que estamos en un mundo más abierto y transparente que nunca.
Y la sencilla función de WikiLeaks parece ser la nueva premisa del siglo 21: una vez publicado, nada desaparece. Si algo aparece en la pantalla de una computadora, muy probablemente será guardado en alguna parte.
En esta era digital, incluso un texto íntimo puede convertirse, con sólo un clic del mouse, en un asunto público.
Futuros candidatos presidenciales se están descalificando de competir cuando, dentro de dos o tres décadas, las provocativas fotos y declaraciones que hoy presumen alegremente y sin vergüenza en Facebook y Twitter, vuelvan a aparecer.
Esencialmente, lo que suponíamos privado ha dejado de serlo. Nadie es inmune. Y en estos días, cualquiera armado con una computadora puede buscar y revelar un secreto de Estado.
La publicación de más de 250 mil documentos del Departamento de Estado estadounidense y cables diplomáticos de sus embajadas y consulados en todo el mundo nos permite inspeccionar el engranaje de la diplomacia de Estados Unidos.
Lo que hace tan fascinantes estos documentos es el hecho de que podemos ver lo que está prohibido.
Este el sueño hecho realidad de cualquier voyeurista político. Al leer los documentos de WikiLeaks estamos ahí, sentados al lado del embajador, hablando con el primer ministro, con el líder de la oposición o con un general.
Aunque no nos invitaron a la fiesta, podemos escuchar la música y ver a los invitados a través de la ventana. Y podemos escuchar sus conversaciones.
Por supuesto, muchos de esos cables y memorandos secretos están llenos de descripciones poco halagüeñas de líderes mundiales. Otros consisten en recomendaciones y proponen cambios de política; algunos revelan amenazas (veladas y no tanto); y hasta hay simples chismes después de una borrachera.
Pero todos tienen algo en común: ese tinte de autenticidad, de verdad. Como lector, uno se queda con la impresión de que las acciones y conversaciones resumidas en estos documentos son versiones no censuradas de lo que verdaderamente pasa entre políticos y diplomáticos - no lo que se informa en los diarios, la televisión o Internet.
Y ésa es una diferencia importante, dado que asuntos inquietantes fueron revelados por WikiLeaks.
Algunos ejemplos: el temor del gobierno mexicano de "perder" territorio ante los narcos; las versiones de que espías cubanos están operando dentro del gobierno venezolano; y el peligro de que material nuclear en Pakistán pueda terminar en manos de terroristas.
Asuntos médicos también son revelados, como el supuesto tumor nasal del Presidente de Bolivia, Evo Morales, y especulación acerca de la estabilidad emocional de la Presidenta Cristina Fernandez, de Argentina.
Y hasta se mencionan rumores acerca de la forma de divertirse de los primeros ministros de Italia y de Kazajstán.
Se detallan instrucciones a los diplomáticos estadounidenses para que obtengan los números de las tarjetas de crédito de altos funcionarios de las Naciones Unidas.
Este vistazo íntimo a los mundos privados de gente influyente no es algo que les agrade. Julian Assange, un australiano de 39 años fundador de WikiLeaks, se encuentra ya en la mira de los poderosos.
Enfrenta acusaciones de ofensas sexuales en Suecia y fue arrestado sin derecho a libertad bajo fianza por un tribunal en Londres el 7 de diciembre.
Assange niega las acusaciones, argumentando que son una represalia por el impacto que ha tenido WikiLeaks. Pero, pase lo que pase con Assange, el jarrón de cristal de la confidencialidad está roto y ya no hay manera de pegar todas sus partes.
Aun si Assange y WikiLeaks desaparecieran, otros seguirán su ejemplo. ¿Por qué? Porque hay una necesidad urgente de más transparencia en cuanto a los actos de los gobiernos - particularmente en América Latina.
Yo quisiera saber, por ejemplo, por qué muchos ex presidentes y altos funcionarios mexicanos terminan sus mandatos como multimillonarios, dado que la suma de sus salarios no puede explicar sus fortunas.
¿Cómo le hicieron? Estoy seguro que la explicación está escondida en alguna computadora gubernamental. Basta el clic de un informante para que nos enteremos de todo.
Las revelaciones como las de WikiLeaks llenan un vacío. Los funcionarios públicos son, finalmente, empleados que deben responder a los ciudadanos y están obligados a dar cuenta de sus gastos y acciones.
Si no lo hacen voluntariamente, WikiLeaks (o alguien más) se encargará de hacerlo por ellos.
¿Es legal? Eso depende de las leyes de las naciones involucradas. Pero sospecho que, en la misma forma en que Napster cambió la industria de la música en el 2000 al proponer que los MP3 debían ser gratis y compartidos en línea, WikiLeaks está cambiando la política mundial al demostrar que nada, ni los asuntos más confidenciales, deben ser mantenidos en secreto.
En realidad estamos viviendo en la conectada, interdependiente "aldea global" prevista por Marshall McLuhan hace medio siglo.
Por supuesto, las paredes en torno a esa aldea se están haciendo más transparentes y ya nadie se puede esconder detrás de ellas. Distribuido por The New York Times Syndicate. Fuente: The New York Times Syndicate
Jorge Ramos es un periodista mexicano, ganador del Trofeo Emmy, director senior de noticias de Univision Network y autor de nueve libros de gran venta, siendo el más reciente: A Country for All: An Immigrant Manifesto
Nada es secreto.
El torrente reciente de documentos confidenciales de la política exterior estadounidense revelados en el sitio WikiLeaks confirma que estamos en un mundo más abierto y transparente que nunca.
Y la sencilla función de WikiLeaks parece ser la nueva premisa del siglo 21: una vez publicado, nada desaparece. Si algo aparece en la pantalla de una computadora, muy probablemente será guardado en alguna parte.
En esta era digital, incluso un texto íntimo puede convertirse, con sólo un clic del mouse, en un asunto público.
Futuros candidatos presidenciales se están descalificando de competir cuando, dentro de dos o tres décadas, las provocativas fotos y declaraciones que hoy presumen alegremente y sin vergüenza en Facebook y Twitter, vuelvan a aparecer.
Esencialmente, lo que suponíamos privado ha dejado de serlo. Nadie es inmune. Y en estos días, cualquiera armado con una computadora puede buscar y revelar un secreto de Estado.
La publicación de más de 250 mil documentos del Departamento de Estado estadounidense y cables diplomáticos de sus embajadas y consulados en todo el mundo nos permite inspeccionar el engranaje de la diplomacia de Estados Unidos.
Lo que hace tan fascinantes estos documentos es el hecho de que podemos ver lo que está prohibido.
Este el sueño hecho realidad de cualquier voyeurista político. Al leer los documentos de WikiLeaks estamos ahí, sentados al lado del embajador, hablando con el primer ministro, con el líder de la oposición o con un general.
Aunque no nos invitaron a la fiesta, podemos escuchar la música y ver a los invitados a través de la ventana. Y podemos escuchar sus conversaciones.
Por supuesto, muchos de esos cables y memorandos secretos están llenos de descripciones poco halagüeñas de líderes mundiales. Otros consisten en recomendaciones y proponen cambios de política; algunos revelan amenazas (veladas y no tanto); y hasta hay simples chismes después de una borrachera.
Pero todos tienen algo en común: ese tinte de autenticidad, de verdad. Como lector, uno se queda con la impresión de que las acciones y conversaciones resumidas en estos documentos son versiones no censuradas de lo que verdaderamente pasa entre políticos y diplomáticos - no lo que se informa en los diarios, la televisión o Internet.
Y ésa es una diferencia importante, dado que asuntos inquietantes fueron revelados por WikiLeaks.
Algunos ejemplos: el temor del gobierno mexicano de "perder" territorio ante los narcos; las versiones de que espías cubanos están operando dentro del gobierno venezolano; y el peligro de que material nuclear en Pakistán pueda terminar en manos de terroristas.
Asuntos médicos también son revelados, como el supuesto tumor nasal del Presidente de Bolivia, Evo Morales, y especulación acerca de la estabilidad emocional de la Presidenta Cristina Fernandez, de Argentina.
Y hasta se mencionan rumores acerca de la forma de divertirse de los primeros ministros de Italia y de Kazajstán.
Se detallan instrucciones a los diplomáticos estadounidenses para que obtengan los números de las tarjetas de crédito de altos funcionarios de las Naciones Unidas.
Este vistazo íntimo a los mundos privados de gente influyente no es algo que les agrade. Julian Assange, un australiano de 39 años fundador de WikiLeaks, se encuentra ya en la mira de los poderosos.
Enfrenta acusaciones de ofensas sexuales en Suecia y fue arrestado sin derecho a libertad bajo fianza por un tribunal en Londres el 7 de diciembre.
Assange niega las acusaciones, argumentando que son una represalia por el impacto que ha tenido WikiLeaks. Pero, pase lo que pase con Assange, el jarrón de cristal de la confidencialidad está roto y ya no hay manera de pegar todas sus partes.
Aun si Assange y WikiLeaks desaparecieran, otros seguirán su ejemplo. ¿Por qué? Porque hay una necesidad urgente de más transparencia en cuanto a los actos de los gobiernos - particularmente en América Latina.
Yo quisiera saber, por ejemplo, por qué muchos ex presidentes y altos funcionarios mexicanos terminan sus mandatos como multimillonarios, dado que la suma de sus salarios no puede explicar sus fortunas.
¿Cómo le hicieron? Estoy seguro que la explicación está escondida en alguna computadora gubernamental. Basta el clic de un informante para que nos enteremos de todo.
Las revelaciones como las de WikiLeaks llenan un vacío. Los funcionarios públicos son, finalmente, empleados que deben responder a los ciudadanos y están obligados a dar cuenta de sus gastos y acciones.
Si no lo hacen voluntariamente, WikiLeaks (o alguien más) se encargará de hacerlo por ellos.
¿Es legal? Eso depende de las leyes de las naciones involucradas. Pero sospecho que, en la misma forma en que Napster cambió la industria de la música en el 2000 al proponer que los MP3 debían ser gratis y compartidos en línea, WikiLeaks está cambiando la política mundial al demostrar que nada, ni los asuntos más confidenciales, deben ser mantenidos en secreto.
En realidad estamos viviendo en la conectada, interdependiente "aldea global" prevista por Marshall McLuhan hace medio siglo.
Por supuesto, las paredes en torno a esa aldea se están haciendo más transparentes y ya nadie se puede esconder detrás de ellas. Distribuido por The New York Times Syndicate. Fuente: The New York Times Syndicate
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